25.12.08

Reir


Era ya de tarcedita, hacia frío. Con los guantes negros, el gorro violeta y mochila de entrenar, esperé el micro bajo un farol que estaba intentando prenderse. La calle se encontraba vacía, ya había terminado el horario en que los chicos salen de la escuela.
Bajé el cordón y estiré la mano para frenar el colectivo. El recuerdo se me cruzó por la cabeza, pero fue una imagen rápida y solo hice una pequeña mueca, ni siquiera emití sonido, es imposible que alguien se halla percatado de que me estaba riendo. Hice un suspiro profundo, intente no pensar, hice fuerza para que la imagen no volviera, junté mis labios, los apreté con fuerza y me subí. Tanta fue la concentración para no reírme que el chofer tuvo que chistarme para que me acordara de pagar. Entre el apuro, la concentración y la imagen que quería volver, me había sentado directamente, sin poner las monedas en la maquina, sin boleto.
Pagué y fui hasta el fondo, en el medio de la ultima hilera de asientos, ahí donde no podes agarrarte de ningún lado cuando el micro frena y vas haciendo “saludito” en todas las esquinas, ahí me senté. No había otro lugar, salvo una señora con bolsas de mandados que seguramente se me pondría a hablar, perdería la concentración, volvería la imagen y… trácate!
Ahí solita estaba bien. Miré por la ventana, los autos, la gente, los locales cerrando. Y volvió! La imagen volvió y otra vez junté los labios, y en el preciso momento que miré para adelante para nuevamente intentar no reírme, la señora de las bolsas estornudó. Pero no cualquier estornudo, no fue de los que pasan desapercibimos, no, fue de los que hacen mucho ruido y que vienen con tanta fuerza que no podes evitar tirarte para adelante. Todas las verduras que llevaba en la bolsa rodaron por el piso y yo, que estaba sentada en el fondo luchando contra el recuerdo gracioso, no aguante mas, no pude soportarlo y me empecé a reír. El señor que estaba al lado, leyendo el diario me miró y también comenzó a reír, tal vez de mi o de la señora y las frutas que iban y venían por el pasillo. De repente, todo el micro estalló en risas, carcajadas, gente que probablemente no sabia exactamente de que de se estaba riendo, pero se reía. Éramos extraños compartiendo un momento feliz.
Desde ese día nunca mas aguante la risa, cada recuerdo gracioso que vuelvo lo dejo fluir, y me rió, sin importar lo mal que puedo llegar a quedar riéndome sola en un lugar publico, porque, con tanta tristeza y razones para llorar, siempre es lindo y sano reirse, aunque ni siquiera sepas porque.


((a los amigos, que siempre nos sacan una sonrisa))

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